Somos seres necesitados de amor. Una generación
triste que creció muy sola. Hijos de los dos padres trabajadores, pioneros de
la generación de hijos únicos o de solo un hermano; hijos de la modernidad que
nos condenó a buscar amor contra reloj.
Me levanto en la mañana y salgo corriendo al
trabajo, no hay a quien decirle “adiós amor” al otro lado de la cama. Llego a
la oficina y me saluda un montón de papeles sobre el escritorio. Nada más y
nada menos. Hoy no he avisado a nadie que he llegado a mi destino -“¿a quien le
importa?”- pienso dentro de mí mismo.
Entre la rutina comes mordiscos de moderna
monotonía -“tienes un nuevo mensaje”- es de esa persona que te habla algunas
veces, esa persona que sabes que solo quiere sexo fácil. -“hola, buenos días y
buen inicio de semana”- dice alguien a quien te encantaría amar pero simplemente
no te nace más que una amistad. -“¿Cómo has estado?”- dice la persona que sería
perfecta pero que su único defecto es ya tener pareja. La conversación con la persona con quien hablabas todos los días se “empolva” en el fondo de la lista. Ya no
hablas, ya no responde, desapareció su fotografía; solo queda el recuerdo de
hace meses “si mi gordo, espero pronto poder ir a verte y estar contigo ahí”
dice uno de los últimos mensajes y me pregunto si de verdad lo sentías… la
conversación más real es con alguien con quien conectas pero parece ser en una
sola vía, peor aun mas complicado con quien conectó contigo pero eres tu quien no corresponde y te complica. No hay tiempo para esto hay que volver a la rutina.
Reuniones, proyectos, éxitos y fracasos de la
vida laboral de cada día, un almuerzo al microondas y esperar a que el reloj de las cinco
con treinta minutos. El metro, la gente, muchas caras familiares, los que vamos
y venimos los que pasan, los que miran, los que solo escuchan música intentando
escapar de sus demonios y una que otra fantasía. Quizás alguien aquí es ese
alguien con quien compartir la cena al llegar a casa y sentir que finalmente estas en
casa.
El conserje, el elevador, la puerta y la
cortina entreabierta. Fuera zapatos, fuera camisa, fuera pantalones y tirarse
en la cama -“ya llegué mi amor”- escribiría -“necesitas que traiga algo?”-
agregaría -“no hagas nada y salgamos a cenar”- es buena idea -“te amo y cuento
los minutos para verte”- sería una hermosa conclusión para esta conversación imaginaria.
Pero tú no estás aquí de ninguna forma… ni del
intento, ni del flechazo, ni de la fantasía… ni de ese amor que se siente como
fuego ni de ese que se construye poco a poco, ni de ese que quizás es más
costumbre, ni de ese que juraste o te juraron algún día.
Son más de las diez y está la cama fría. No soy
adicto al celular ni respondo conversaciones cuando no me da la gana. Publico una
foto o dos sonriendo para que alguien diga -“lindo”- y suba mi autoestima; me
quedo dormido esperando una noche de descanso. Abrazo mi almohada y espero el día
que sigue a este.
Somos seres necesitados de amor. Una generación
triste que creció muy sola… Hijos de los dos padres trabajadores, hijos de la
generación de hijos únicos o de solo un hermano; hijos de la modernidad que nos
condenó a buscar amor contra reloj y quererlo encontrar en cualquier cara y
cualquier gesto; viviendo siempre con el miedo de que el amor esté ahí mismo y no
verlo; viviendo con el miedo de que el amor no exista en realidad; viviendo
solo con la triste certeza de que somos seres necesitados de amor.